domingo, 13 de diciembre de 2020

Carta de agradecimiento a Don Julián López Martín de su Seminario



Nuestro obsequio agradecido a Don Julián no fue algo material, sino inmaterial: una carta escrita por los formadores y seminaristas desde el afecto y agradecimiento por tanto.


Seminario Conciliar San Froilán

León, 7 de diciembre de 2020

 

    Muy querido Don Julián:

    Desde el momento en que se anunció la elección de un nuevo Pastor para nuestra Iglesia de León y que usted pasaba a ser nuestro Administrador apostólico, se han ido sucediendo los merecidos reconocimientos hacia su persona y hacia su entrega generosa al cuidado de “esta porción del Pueblo de Dios que camina en León”, como le gustaba decir a nuestro, siempre recordado, Antonio Trobajo, que en paz descanse.

    Aún tenemos que celebrar la misa diocesana de acción de gracias, prevista para el próximo viernes, día 11. Pero le faltaba el agradecimiento de esta institución tan querida y cuidada por usted, que es el Seminario San Froilán. Por eso, y para no multiplicar los eventos, algo dificultoso en las complicadas circunstancias del presente, hemos querido unir dos celebraciones en una: al gozo de festejar la ordenación diaconal de uno de nuestros seminaristas, Thierry, le hemos querido sumar el homenaje agradecido hacia usted, conscientes de que no habrá muchas más oportunidades de hacérselo llegar de esta manera.

    Sabemos que están siendo días cargados de idas y venidas, de ocupaciones y preocupaciones, ocupado como está en ir cerrando la abultada carpeta de su misión en León y en prepararse para seguir sirviendo al Señor en esta nueva etapa de merecidísimo descanso de tantas fatigas que conlleva el servicio a la Iglesia como obispo.

    Pero esta es una celebración en familia, como las que, a lo largo de todos estos años, ha disfrutado con la comunidad del Seminario. Nosotros, formadores y seminaristas, queremos darle las gracias, particularmente, porque su cercanía nos ha permitido sentirle como Padre, Hermano y Amigo.

    No pasaban más de dos semanas sin que propiciara un momento de encuentro con nosotros. Recordamos especialmente las eucaristías, sencillas a la vez que profundas, que celebró con nosotros en la pequeña capilla del tercero, donde se sentaba para compartir sin prisas la Palabra de Dios. Recordamos su unción celebrando, con esa sencillez sin artificios ni afectaciones que a usted le gusta en la liturgia, de la que ha sido maestro en las aulas, pero, también, en los templos de la diócesis.

    Y después venía la cena comunitaria, en la que le sentíamos relajado, entrañable, cercano, más aún conforme iban pasando los años y la confianza mutua era mayor. Hemos tenido el privilegio de escuchar sus anécdotas, de descubrir su capacidad de sonreír y de reír, de alegrarse espontáneamente y sin distancias. Creemos que estos momentos también han sido buenos para usted, que ha encontrado en ellos una oportunidad de descanso y esparcimiento en medio de tantas preocupaciones y desvelos por el pastoreo.

    Su celo de apóstol, que le ha llevado a visitar más de una vez incluso las parroquias más pequeñas de nuestra tierra, su capacidad de trabajo infatigable, de asumir responsabilidades nacionales y en la organización de los Congresos Eucarísticos, dejan en nosotros, no lo dude, una huella importante. Nos estimulan a servir a la Iglesia en todo lo que esta nos pida, poniendo al servicio del Reino de Dios nuestros dones, talentos, esfuerzos y, en definitiva, nuestras vidas.

    El actual equipo formativo, y también los que antes asumieron esta misión, hemos agradecido que confiara en nosotros, que siempre estuviera ahí, pero respetando también nuestras decisiones y nuestro modo de conducir la vida del Seminario.

    Para un Obispo, el Seminario de su diócesis ocupa siempre un lugar preferente en su corazón de pastor. Pero, en nuestro caso, podemos decir con toda verdad que Dios nos ha concedido sentir y vivir que realmente es así. En las entrevistas personales, en las reuniones con los formadores, en la preocupación constante, hemos experimentado la verdad de esta afirmación. No siempre hemos respondido, seguro, como usted esperaría y habrá sentido dolorosamente, momentos de ingratitud y de frialdad por nuestra parte. Que Dios nos perdone a nosotros y que a usted le alivie con el bálsamo de su amor.

    Esta carta agradecida la hemos escrito entre los sacerdotes y los seminaristas. No es, y eso se percibe fácilmente, un trámite ni un cumplido. Son palabras que brotan del alma y que se hacen letras.

    Donde quiera que el Señor le lleve, para seguir sirviendo al Reino de Dios en esta etapa nueva que comienza, recuerde a estos sus hijos que le seguirán encomendando y agradeciendo.

    Hasta siempre.

FORMADORES Y SEMINARISTAS DEL SEMINARIO CONCILIAR SAN FROILÁN DE LEÓN


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