El abrazo de Francisco
El Papa Francisco se ha caracterizado durante su aún corto pontificado por hablar de las "periferias" existenciales y por prestar atención a los grandes olvidados de la sociedad. Los ancianos, los inmigrantes, los pobres y los enfermos se han convertido para él no sólo en una prioridad sino en algo en lo que todos los católicos deben mirarse.
Por ello, acudió a Lampedusa antes de que ocurriera el fatídico accidente que dejó cientos de muertes, ha comido con sin techo y los ha visitado en varias ocasiones y ha pedido a todos que no se vea a los vagabundos como algo más del paisaje de la ciudad. Pide que en ellos todos los creyentes vean al mismísimo Jesucristo, con sus llagas y sus heridas.
En la tradicional audiencia de los miércoles, el pontífice ha tenido otro de estos gestos conmovedores. Tras hablar a las decenas de miles de presentes, se acercó a saludar a los peregrinos. Allí había uno muy especial. Un hombre muy enfermo al que muchas personas no se atreverían ni a mirarle a la cara.
Sin embargo, el Papa vio en él al propio Cristo y emulando a San Damián de Molokai, el santo que cuidó y abrazó a los leprosos, Francisco acudió a él y con una gran ternura no sólo le saludó sino que le apretó a su pecho, le consoló y le besó. Un gesto de amor con la naturalidad de un Papa muy sensible. Un gesto que quedará ya para la historia de su pontificado.
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