martes, 8 de octubre de 2019

NUESTRO SEMINARIO FESTEJA A SU PATRONO: SAN FROILAN


¡Estamos de fiesta!


Junto con nuestros compañeros de Astorga y Redemptoris Mater – Virgen del Camino, en un ambiente de regocijo, celebramos a nuestro patrono San Froilán. 

A lo largo de la jornada vivimos un encuentro fraterno primero con la oración intermedia donde hemos dado gracias a Dios por nuestro seminario y quienes lo conformamos; a continuación un momento de integración en la comida donde nos han acompañado, además de nuestros invitados, tres jóvenes de Gente Ce que han ido conociendo nuestro diario vivir; La tarde la abrió una charla de Vicente Guillán, técnico en Caritas Diocesana y apoyo del programa para los inmigrantes; finalizamos con una exposición en el claustro del Obispado donde nos acercamos a la realidad de la inmigración y la necesidad de tener presente estas personas en nuestra oración y acción pastoral.

Anexo a este artículo la homilía de D Rubén García, Rector de nuestro Seminario, sobre San Froilán y su testimonio, el cual viene muy a propósito para este curso que tiene como objetivo el potenciar una espiritualidad misionera.

“HOMILÍA HORA INTERMEDIA S. FROILÁN 2019

Queridos hermanos sacerdotes y seminaristas:

Damos gracias a Dios por vuestra presencia  y compañía un año más para celebrar juntos, con gozo y sencillez, la fiesta de nuestro querido patrono S. Froilán.
Nuestro seminario, desde el lejano siglo XVI en que fue erigido, como fruto temprano de la reforma tridentina, le invoca como modelo y protector de esta comunidad formativa sacerdotal. Que fue antaño desbordante en número y hoy es pequeña en número pero rica en ilusión evangelizadora y en amor a la iglesia diocesana de León. 
Nos remontamos al siglo IX para encontrarnos con aquel joven Froilán que, renunciando al ambiente acomodado de su familia en Lugo, emprende un arriesgado viaje, impelido por la llamada divina a vivir como ermitaño, consagrado únicamente a una vida de soledad hecha de oración, meditación de la Palabra de Dios y dura ascesis.
La cueva berciana de Ruitelán  fue la primera parada de una peregrinación apasionante que le llevaría también, según la venerable tradición recogida por Juan Diácono, a las montañas leonesas del Curueño, en concreto a la mágica cueva de la Valdorria, hoy convertida en ermita. 

Es en la soledad, sobrecogedora aun ahora, de estas montañas, donde conoce al sacerdote mozárabe Atilano, otra alma inflamada de ardor por las cosas de Dios, Juntos, iluminados sin duda por el Espíritu Santo, proyectan la transformación de la vida eremítica que llevaban en una vida monástica. Con el apoyo del rey Ordoño II y su esposa Elvira, fundan el monasterio de Valdecesar con cerca de 300 monjes. 
Pero Froilán, de espíritu inconformista y ardorosamente evangelizador, está bien atento a discernir los signos de los tiempos, que pedían la presencia luminosa de monjes en las tierras áridas que iban siendo penosamente arrancadas de los invasores musulmanes. Con el apoyo de otro rey, Alfonso III, que comparte su sueño, emprende nuevas fundaciones; el monasterio de Távara, con cerca de 600 miembros, y el de Moreruela, con 200. A decir de los estudiosos, logran así convertir el valle del Esla en una luminaria de civilización cristiana.

Solo estas gloriosas fundaciones, que trajeron felizmente el Evangelio, la cultura y la civilización cristiana a tierras desoladas por las escaramuzas y el abandono, ya podrían justificar sobradamente el recuerdo agradecido de su figura. Pero habría aún más…
Cuando en el año 900 queda vacante por la muerte del Obispo Vicente, la sede de León, el pueblo aclama por obispo al Abad Froilán, que ni siquiera estaba ordenado sacerdote. Por ello ha de abandonar su recogida vida monacal y emprender una nueva etapa como pastor de la sede legionense.
El pontificado del abad Froilán dura solamente cinco años, agotada como estaba ya su humanidad robusta por privaciones, mortificaciones y trabajos, pero resulta extraordinariamente fecundo. Pese a que el ejercicio del gobierno pastoral le reclamaba incesantemente, no abandona los compromisos de su vida monástica, dedicándose fielmente a la oración, la penitencia y la predicación. Se vuelca en la tan necesaria reforma de los sacerdotes, monjes y seglares, como si se tratase de un verdadero adelantado a su tiempo.

Ejerce el profetismo, especialmente al término de su vida, reclamando, denunciando, urgiendo y consolando, dirigiendo su viva predicación tanto a eclesiásticos como a nobles, exhortando en ella a la oración incesante y la confianza en la misericordia del Señor.

Cuando su vida termina por consumirse, como los pábilos que ya han alumbrado mucho, entrega su alma al Señor en el año 905 y es enterrado en la antigua Catedral leonesa, entre el dolor de los fieles y la alegría esperanzada de tener un obispo santo en los cielos al que encomendarse.

Una por una, puede la vida del obispo San Froilán, hacer suyas las palabras del apóstol que hemos escuchado en la lectura breve: “Doy gracias a Cristo Jesús nuestro Señor, que me hizo capaz, se fio de mí y me confió este ministerio”.

Aunque el paso de los siglos haya dado lugar a gigantescas e insospechadas transformaciones, a épocas de cambios y cambios de época, como el actual, el testimonio de santidad y celo misionero de nuestro Santo le siguen revelando como un modelo a emular por las generaciones presentes y futuras de pastores.

Estamos dando comienzo, como todos sabréis a un mes misionero extraordinario que, establecido por el Papa Francisco,  quiere poner la misión en el corazón de la vida de la Iglesia. Así escribía a los participantes en un encuentro de las Obras Misionales Pontificas, definiendo este mes como un tiempo extraordinario de oración y reflexión sobre la missio ad gentes: 

“que sea un tiempo propicio para que la oración, el testimonio de tantos santos y mártires de la misión, la reflexión bíblica y teológica, la catequesis y la caridad misionera contribuyan a evangelizar sobre todo a la Iglesia, para que reencontrada la frescura y el ardor del primer amor por el Señor crucificado y resucitado, pueda evangelizar al mundo con credibilidad y eficacia evangélica”. 

Tenemos la gran suerte de ser parte viva de una Iglesia local que ha engendrado multitud de misioneros que, por amor a Cristo y a la salvación de las almas, han llevado la Buena Nueva evangélica hasta los lugares más remotos, desde la selva hasta los hielos. En ese cortejo celestial de santos misioneros, podemos incluir también a nuestro venerado San Froilán. 

Bajo su amparo celebremos este mes misionero, pidiendo al Señor que pueda fructificar en nuestras comunidades seminarísticas y parroquiales, al tiempo que confiamos en que siga bendiciendo abundantemente a quienes ha llamado a su servicio santo en el ministerio sacerdotal y llame a muchos otros que también, en años venideros, puedan celebrar con nosotros esta fiesta. 

Que así sea”.

Algunas imágenes de la celebración.





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