Sin sacerdotes no hay Eucaristía... sin Eucaristía no hay sacerdotes
En 1969 fue donado a los colaboradores de la Secretaría de Estado un pequeño libro titulado «Mensis Eucharisticus» y editado por la Tipografía Vaticana. De autor anónimo, el texto había estado al cuidado de don Giuseppe Santoro a fin de facilitar a los sacerdotes la preparación para la misa y la acción de acción en coherencia con la encíclica de Pablo VI «Mysterium fidei» (1965). El «áureo librito de ascética sacerdotal» —así lo definía el sustituto Giovanni Benelli dando gracias en nombre del Papa al encargado de la publicación— ahora ha sido traducido al italiano, con el texto latino enfrente, por el cardenal Giovanni Coppa (Ciudad del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 2011, 183 páginas, 9 euros). Publicamos una presentación del libro hecha por el cardenal prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos.
En la última Cena, en la que el Señor instituyó y nos dejó la Eucaristía, hemos nacido como sacerdotes. Junto al gran don que Cristo nos ha dejado en el memorial eucarístico, e inseparable de él, nos ha dejado también en aquella venerable Cena el sacerdocio sacramental. Los sacerdotes "hemos nacido de la Eucaristía". El sacerdocio ministerial, que somos, "tiene su origen, vive, actúa y da frutos de la Eucaristía". "No hay Eucaristía sin sacerdocio, como no existe sacerdocio sin Eucaristía". "El ministerio ordenado, que nunca puede reducirse al aspecto funcional, pues afecta al ámbito del 'ser', faculta al presbítero para actuar in persona Christi y culmina en el momento en que consagra el pan y el vino, repitiendo los gestos y las palabras de Jesús en la Última Cena" (Beato Juan Pablo II).
Por medio de los sacerdotes, Cristo está presente en nuestro mundo contemporáneo, vive entre nosotros y ofrece al Padre el sacrificio redentor por todos los hombres y los incorpora a su ofrenda al Padre y a su obra salvadora. "Ante esta realidad extraordinaria permanecemos atónitos y aturdidos: ¡Con cuánta condescendencia humilde Dios ha querido unirse a los hombres! Si estamos conmovidos ante el pesebre contemplando la encarnación del Verbo, ¿qué podemos sentir ante el altar, donde Cristo hace presente en el tiempo su Sacrificio mediante las pobres manos del sacerdote? No queda sino arrodillarse y adorar en silencio este gran misterio de la fe".
Nuestro ser sacerdotes es inseparable de la Eucaristía y nuestra existencia sacerdotal queda configurada por la Eucaristia, por el sacrificio que Cristo ofrece al Padre en oblación por nuestros pecados y los de todos los hombres, para la redención y salvación de la humanidad y del mundo entero. En la ordenación sacerdotal, al tiempo que se nos entrega el cáliz y la patena, se nos dice: "Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la Cruz del Señor". "Imita lo que conmemoras". Por eso toda nuestra vida no debiera ser sino una prolongación de la Eucaristía: nuestros gestos, nuestras palabras, nuestras actitudes, todo debiera expresar ese don de la Vida y del Amor en favor de los hombres que renueva la ofrenda de Cristo, su amor a los hombres, a los que llama "suyos y sus amigos", hasta el extremo.
El ministerio sacerdotal, que actualiza permanentemente el Sacrificio de Cristo, debe ser vivido con ese espíritu de oblación, de entrega, de sacrificiio personal. En definitiva, con las mismas actitudes y sentimientos de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, con el que somos configurados sacramentalmente. "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad". "Amó a la Iglesia y se entregó por ella". "Los amó hasta el extremo".
Todo en nosotros, sacerdotes, debiera ser expresión de esa "ofrenda, oblación y obediencia" al Padre y de esa "caridad pastoral" que llega al don de la vida, del "cuerpo" y de la "sangre". La caridad pastoral, que nos identifica como sacerdotes, presencia sacramental de Cristo Buen Pastor, fluye, sobre todo, del sacrificio eucarístico, que es, por ello, centro y raíz de toda la vida del presbítero, de suerte que nos habremos de esforzar, con el auxilio imprescindible del Espíritu, en reproducir en nosotros mismos lo que se hace en el ara sacrificial. En el centro de nuestra vida sacerdotal está la Eucaristía de cada día. Es esta Eucaristía cotidiana lo que unifica nuestra vida sacerdotal, al igual que centra y unifica la vida de toda la Iglesia. No es un aspecto de la vida sacerdotal junto a otros, sino el vínculo que expresa de modo eminente nuestra vinculación con Cristo y el significado de toda nuestra vida sacerdotal y nuestra relación con los fieles.
A partir de la Eucaristía, a partir de ser sacerdotes para la Eucaristía, nacer de ella y ser lo que somos con ella, la vida del sacerdote no puede ser otra que la de Cristo. No podemos contentarnos con una vida mediocre. Más aún, no cabe una vida sacerdotal mediocre. Nunca debería caber y menos en los momentos actuales en que es tan necesario mostrar la identidad de lo que somos y así dar razón de la esperanza que nos amima. "No podemos contentarnos con menos que con ser santos". El sacerdote tiene que ser como Cristo, tiene que ser santo. "El Sacerdocio que tengo es el de Cristo, por mí participado, y 'éste es santo'. Haga lo que yo haga, el sacerdocio que yo participo es siempre santo... no tengo más remedio; tengo que ser santo. Y una santidad que tiene que ser específica en mí: santidad sacerdotal. Santidad a ultranza. Y esa que obliga a ser 'como Él' tiene una especial característica: ser como Él en el altar: Víctima, Sacerdote-Hostia" (Siervo de Dios José María García Lahiguera).
Celebrar diariamente la Eucaristía y celebrarla bien, vivir la Eucaristía con todo el realismo, intensidad y verdad que requiere en el centro de nuestra jornada sacerdotal, vivir de la Eucaristía a lo largo de todos los momentos de nuestra vida sacerdotal es del todo necesario para revitalizar nuestra existencia sacerdotal sacramental. A esto ayuda de manera muy importante este pequeño, pero muy grande, librito. Como Prefecto de la Congregación para el Culto Divino agradezco de todo corazón la publicación y difusión de esta obra, y la recomiendo muy vivamente; será un instrumento de gran ayuda para la renovación sacerdotal y, también, para la renovación de las comunidades y el impulso de una nueva evangelización, que pasa necesariamente por la Eucaristía.
Antonio Cañizares Llovera
14 de octubre de 2011
Etiquetas: EUCARISTÍA, MENSAJES, REFLEXIONES
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