viernes, 19 de enero de 2018

Intercesores del Año Vocacional

Beatos mártires

Algo le faltaba a este Año Vocacional y ya lo tenemos: proponer para nuestra oración unos intercesores "especiales". Estos intercesores son los beatos Miguel Amaro, Tomás Cubells y José María Tarín. Tres sacerdotes que dejaron huella en la vida de nuestro Seminario y que el 13 de octubre de 2013, junto con otros 519 mártires de la persecución religiosa en España, eran declarados bienaventurados en la ciudad de Tarragona. Tres sacerdotes mártires cuyos nombres son ahora invocados en la Iglesia de León como intercesores del Año Pastoral Diocesano Vocacional para contar con “abundantes vocaciones”.
El jueves 18, aprovechando la Eucaristía abierta y la adoración eucarística vocacional, colocamos un cuadro con estas tres insignes figuras en la capilla del segundo piso.


BEATO MIGUEL AMARO RAMÍREZ
Nace en El Romeral (Toledo) el 8 de mayo de 1883; con dos años pierde a todos sus hermanos y su madre enloquece, por lo que tiene que ser acogido por su tía en Ciudad Real.
En el Seminario de Toledo se formó con un grupo selecto de alumnos, uno de ellos el que sería Director General de la Hermandad de Sacerdotes Operarios y fundador de las Discípulas de Jesús, beato Pedro Ruíz de los Paños. Los últimos cursos los realiza ya en Cuenca, donde es ordenado presbítero, en la Hermandad, en 1906. Su primer destino fue el Seminario de Toledo como prefecto y como administrador. Dejó una huella profunda en los sacerdotes de aquellas generaciones por su piedad, bondad y sencillez.

En 1913 quisieron nombrarle director del Colegio San José de Toledo, responsabilidad que declinó. Al curso siguiente quisieron hacerle padre espiritual del mismo y, de nuevo, rehusó por sentirse incapaz de echar sobre sus hombros cargas tan pesadas. Estando en 1926 en su nuevo destino, el Colegio San José  de Valencia, ya se sentía la amenaza de un odio creciente hacia la Iglesia. El 11 de mayo de 1931, D. Miguel envió a los seminaristas a sus casas y retiró el Santísimo de la capilla del colegio; una turba enfurecida entró poco después arrasándolo todo. El curso ya no pudo reanudarse.
En el curso 1931-1932, D. Miguel fue destinado al Seminario diocesano de León como rector. Trabajó siempre, con plena dedicación y entrega, y aún le quedaba tiempo, aprovechando las horas de clase, para atender a muchas personas en el confesionario. De hecho, cuando el beato Pedro Ruiz  le informó de sus proyectos para fundar la congregación de las Discípulas, fue él quien suscitó las primeras vocaciones de entre sus dirigidas espirituales.
Desde nuestro seminario viajó a Toledo para acompañar a D. Pedro en la fundación, pero el estallido de la guerra la hizo imposible. El 22 de julio de 1936 todos los sacerdotes operarios salieron del seminario y se ocultaron en las casas donde les quisieron acoger. Un bando advertía de que se mataría a todos los varones de las casas donde se estuviese ocultando a un sacerdote y las milicias registraban casa por casa. Para no comprometer al matrimonio que lo acogía, D. Miguel salió el 2 de agosto de 1936 e inmediatamente fue reconocido por un grupo que lo apresó. Lo fusilaron en el Paseo del Tránsito, donde solo diez días antes había sido martirizado D. Pedro Ruiz de los Paños.  En 1947 el cadáver de D. Miguel Amaro fue trasladado al mausoleo del Templo de Reparación de Tortosa con los demás sacerdotes operarios mártires.



BEATO TOMÁS CUBELLS MIGUEL
D. Tomás nació en Palma de Ebro (Tarragona) el 25 de octubre de 1867. Cursó los estudios
eclesiásticos en el seminario de Tortosa y fue ordenado sacerdote el 19 de mayo de 1894, ejerciendo como coadjutor de Mayals durante unos años.
En 1902 ingresa en la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos. Trabaja pastoralmente en los colegios de Almería y Tortosa, además de ejercer como capellán en el Templo de Reparación de Tortosa. Después de un trabajo muy intenso, en diversos cargos, es enviado al Seminario de Astorga en 1906, hasta que tuvo que abandonar tras enfermar gravemente por el clima frío. Tras recuperarse en Murcia se ofrece para ser destinado a México, a donde finalmente consigue ir el 26 de octubre de 1908. Quería trabajar en el Templo Nacional Expiatorio para poder estar siempre cerca de su gran amor: Jesús en la Eucaristía. Su trabajo excesivo en la catedral, en el seminario de Cuernavaca y en muchas otras tareas, hicieron reaparecer su enfermedad y fue obligado a guardar reposo absoluto.
Finalmente regresa a España en agosto de 1912, siendo destinado como director espiritual de nuestro seminario diocesano de León, cargo que desempeñó durante tres cursos, hasta 1915. En León, D. Tomás se entregó con todas sus fuerzas, como siempre hacía, a la tarea que se le encomendaba, dirigiendo las jóvenes vocaciones hacia la santidad sacerdotal, así como a muchas otras personas que se beneficiaban de su profunda espiritualidad, marcadamente eucarística. A pesar de que el obispo de León pidió personalmente al superior de la Hermandad que no trasladara a D. Tomás, en 1915 fue destinado al seminario de Tarragona por cuatro cursos.
En 1919 pudo volver a su siempre añorado México para trabajar, ahora sí, en el Templo Expiatorio. Por no ser mexicanos, los cuatro sacerdotes operarios fueron expulsados del país y en 1926 llegaron a España. Don Tomás enfermó quedando prácticamente ciego, aunque aún trabajó en el Seminario de Zaragoza y como director espiritual en el Colegio San José de Burgos. Con ayuda de una lupa rezaba el breviario y preparaba las predicaciones pero, sobre todo, se consagró durante ese tiempo a la adoración eucarística y al acompañamiento espiritual.
En el curso 1935-1936, ya en Tortosa, los sacerdotes operarios tuvieron que despedir a los alumnos y abandonar el seminario porque la persecución religiosa se cernía sobre ellos. En los últimos días del mes de agosto, tras enterarse de que un bando amenazaba de muerte a todos los que protegieran a un sacerdote, D. Tomás, casi ciego, se hizo acompañar hasta el comité revolucionario y allí preguntó con serenidad: “¿Es aquí donde matan a los sacerdotes? Me han dicho que me buscáis. Aquí estoy”. En esa misma tarde, el 1 de septiembre del 36, fue martirizado en la cuneta de una carretera de Tortosa.

 

BEATO JOSE MARÍA TARÍN CURTO
Nace en Santa Bárbara (Tarragona) el 6 de febrero de 1892. Realizó los estudios eclesiásticos en el Colegio de San José de Tortosa. Recibió la ordenación sacerdotal en 1917 y ese mismo año ingresó en la Hermandad de Sacerdotes Operarios.
Ejerció de prefecto de colegiales durante un año en Tortosa, de prefecto y profesor en el seminario de Belchite y, durante cuatro años, de 1925 a 1928, fue prefecto y profesor en nuestro seminario de León. Después pasó por el seminario menor de Toledo y el mayor de Zaragoza.
Supo unir D. José –“Tarín”, como cariñosamente acostumbra­ban a llamarle los operarios– junto a una sólida piedad sacerdotal una permanente alegría, que cautivaba a cuantos le trataban. Fide­lísimo en el cumplimiento de sus deberes, sobresalió notablemen­te en la enseñanza de la lengua latina, en la que se acreditó, no só­lo entre los alumnos, sino aun entre sus compañeros profesores, co­mo un maestro extraordinario.
En el curso 1935-36, a finales de junio, se había trasladado a su pueblo natal a disfrutar de un merecido descanso. Cuando estalló la revolución, al ver que se desataba un odio furibundo a la Iglesia, dijo a los suyos: “¡Bien está todo! ¡Sería la ocasión de dar la vida por Cristo! ¡Qué dicha sería para mí si me mataran por ser sacerdote!”. Permaneció en su casa, juntamente con su tío sacerdote; se confesaban y se consolaban mutuamente.
Al ser apresado, mientras era arrastrado fuera de su casa, se despedía de su familia diciendo, con admirable serenidad: “¡Hasta el cielo!”. Para hacerles sufrir mayor escarnio les obligaron a atravesar la iglesia parroquial, profanada y convertida en centro sindical marxista. La multitud del pueblo se congregó en silencio y recibió la bendición de D. José María mientras era conducido por la plaza pública.
En el cementerio de Tortosa fue martirizado a la edad de 44 años el 28 de octubre de 1936. Sus restos fueron, posteriormente, llevados al mausoleo del Templo de Reparación de Tortosa.


 






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